Adentro de la oficina con paneles de caoba del edificio de departamentos Dakota, en NY, en una de las más cálidas noches decembrinas de las que se tenga memoria, Jay Hastings esperaba que John Lennon y Yoko Ono regresaran a casa. El portero de veintisiete años de edad, musculoso y barbón, llevaba mas de dos años trabajando en el Dakota. Siempre dijo que lo mejor de su trabajo había sido conocer a John y a Yoko, dueños de cinco departamentos en el edificio. Hastings había sido fan de los Beatles desde que era niño; incluso coleccionó tarjetas con los retratos de Fab Four. Pero ahora era más que un fan. John Lennon lo conocía de nombre. Cuando él y Yoko volvían por la noche, después de salir a divertirse o al estudio, Lennon le decía: Bon Soir Jay, y a veces bromeaban un poco. Esta noche, Hastings, tenía una sorpresa: un sombrero para la lluvia, de fibra de vidrio, rojo, que un diseñador de vanguardia había dejado para Yoko. Pensaba no decirles nada hasta que ellos adivinaran lo que era.
Poco antes de las 23:oo hrs, Hastings leía una revista cuando escuchó varios disparos afuera de la oficina, y enseguida el ruido de vidrios rompiéndose. Se incorporó. Oyo que alguien subía por las escaleras, hacia la oficina. John Lennon entró tambaleándose, con una expresión terrible y confusa en la cara, Yoko le seguía, gritando: " Le dispararon a John, le dispararon a John". Al principio Hastings pensó que era una broma. Lennon dió varios pasos y entonces, se derrumbó sobre el piso, esparciendo las cintas de su sesión final, que llevaba en las manos.
Hastings activó la alarma que llamaba a la policía, y corrió al lado de John. El angustiado portero le quitó cuidadosamente los anteojos que parecían incrustarse en su rostro desencajado. Torpemente se despojó de su saco azul del Dakota y lo colocó sobre John. Entonces, se quitó la corbata para usarla como torniquete, pero no había donde colocarlo. La sangre fluía de la boca y del pecho de Lennon. Sus ojos estaban abiertos, pero desenfocados. Regurguitó una vez, vomitando sangre y materia carnosa.
Frenética Yoko gritó pidiendo un doctor y una ambulancia. Hastings marcó al 911 y pidió ayuda. Después volvió al lado de Lennon y dijo: "Estas bien John, estarás bien".
El portero de afuera entró corriendo y le dijo a Hastings que el atacante había dejado caer su pistola sobre la acera. De inmediato salió tras el tirador. No era necesario. El joven regordete que le había disparado a Lennon estaba tranquilamente parado sobre la calle 72 Oeste leyendo The Catcher in the Rye.
Chirriando las llantas dos patrullas llegaron al lugar y cuatro policías saltaron a la calle, empuñando sus pistolas: "Arriba las manos" le dijeron a Hastings, quien tenía la ropa llena de sangre. "Él no es", gritó el otro portero. "Él trabaja aquí". Señaló al joven que estaba leyendo. "Ése fué". Dos policías lanzaron al atacante contra la elegante fachada de piedra del Dakota. Hastings y los otros dos policías corrieron hacia el edificio.
Fue entonces, después de ver la ventana astillada de la oficina y la sangre en el callejón, que Hastings se dió cuenta que Lennon había estado muriéndose frente a sus ojos.
En contra de los deseos de Yoko, los policías voltearon a Lennon para evaluar sus heridas. Dijeron que no podían esperar a una ambulancia y cuidadosamente lo levantaron del piso. Mientras salían por la puerta Hastings, quien sostenía el brazo y el omóplato izquierdos de Lennon, oyó como crujieron los huesos desplazados. El cuerpo de Lennon estaba inerte, sus brazos y piernas en jarras. Lo subieron a la patrulla para llevarlo al Hospital Roosevelt, un policía le preguntó: ¿Sabe usted quien es? John gimió y movió afirmativamente la cabeza, fué su último gesto. Yoko abordó una segunda patrulla. Hastings regresó caminando al edificio y esperó en la oficina. 30 minutos después la noticia llegó al Dakota: John Lennon, esposo y padre, de cuarenta años de edad, había muerto.
"Hombre herido a balazos, Uno de la calle 72 Oeste"
Fué lo que se escuchó por la radio de la policía justo antes de las 23:00 hrs. En la 3a una patrulla azul y blanco se detuvo bruscamente frente a los edificios Dakota, estaban los oficiales Jim Moran y Bill Gamble. El hombre balaceado no podía esperar una ambulancia. Lo acomodaron a lo largo del asiento posterior de su patrulla y lo llevaron de inmediato al Hospital Roosevelt, en la esquina de las calles 59 y la 9a. Cargaron el cuerpo ensangrentado hasta una cama rodante y lo empujaron hacia la sala de urgencias. Los doctores no pudieron hacer nada. A las 23:07 anunciaron que John Lennon había muerto.
La noticia se supo a través del noticiero de la WABC-TV en NY, y se dio a conocer la muerte en el partido de Futbol Americano del Lunes por la noche ( http://www.youtube.com/wat
A medianoche salió caminando una mujer con modales muy secos. El gafete negro sobre su traje blanco de laboratorio señalaba que ella era A. Burton, la directora de RP del Hospital. Los reporteros le lanzaron varias preguntas. "Preferiría que el doctor hablara con ustedes", evadía ella, "Él es Stephan Lynn. Es director del servicio de Urgencias del Hospital".
El doctor Lynn se enfrentó a la prensa, a los diez minutos después de la medianoche: "Un poco mas cerca, doc" gritó un reportero y las cámaras empezaron a funcionar, luces estroboscópicas lo bañaron de inmediato. El doctor, vestido impecable con un saco blanco, estaba nervioso, y explicó:
- John Lennon... - y entonces titubeó como durante 20 segundos por lo menos- John Lennon -prosiguió finalmente- fue traido a la sala de urgencia del hospital Roosevelt de St Luke, esta noche, poco antes de las 23:00 hrs. Estaba muerto al llegar -Los representantes de los medios exclamaron un ahhh de sorpresa- Se llevaron intensos esfuerzos por resucitarlo; pero, a pesar de las transfusiones y de muchos intentos no se le pudo revivir.
- ¿En dónde fué herido y cuántas veces?- preguntó un reportero.
- Tenía múltiples heridas de bala en el pecho, en el brazo izquierdo y en la espalda- contestó el doctor- Había siete heridas en su cuerpo. No sé exactamente cuántas balas fueron. Los vasos mayores de su pecho mostraban lesiones importantes, que causaron una pérdida masiva de sangre casi del 80%, que probablemente provocó su muerte. Estoy seguro que murió en cuanto las primeras balas entraron a su cuerpo.
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Al otro lado del Atlántico, cerca de la ciudad de Bournemouth, la diferencia horaria hacia despuntar el alba sobre el puerto de Poole. La gaviota medio domesticada a la que la tía Mimí llama Albert, se contoneaba por el patio esperando ser alimentada por aquella mujer delgada, práctica, en ocasiones estrepitosa, a la que tanto se parecía John.
El le había comprado a Mimí esa casa a orillas del mar hacía ya bastante tiempo, allá por los años sesenta, época en la que la locura de sus fans había tornado Liverpool inhabitable. Una noche se la encontró agazapada en la escalera, deshecha en lágrimas y entonces le dijo que escogiera una casa nueva en el lugar que mas le gustara. Mimí vive sola, sin mas perturbación que el altavoz de los barcos pequeños para turistas que anuncian: "Esa es la casa de la tía Mimí".
La casa no es lujosa. Como la que antaño tuviera Mimí en Liverpool, es esencialmente un lugar confortable y de inmaculada limpieza, donde uno siente que debe limpiarse los zapatos antes de ingresar. Sobre la tv hay una fotografía de John con la gorra del uniforme de la escuela Quarry Bank, que llena el lugar ocupado, años atrás, por su medalla de la Orden del Imperio Británico.
Mimí se despertó el 9 de diciembre y al poner la radio oyó que hablaban de John en el espacio de Today Radio. No sintió preocupación alguna, ni sorpresa. Sólo se le ocurrió pensar lo mismo que pensaba cuando él estaba en la escuela y le telefoneaban de la oficina del Director; el mismo pensamiento, medio de irritación, medio de broma, repetido tantas veces a lo largo de los años: "¡Dios mío! ¿qué habrá hecho ahora?".
Y en eso sonó el timbre del teléfono.
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Después de trabajar febrilmente durante media hora, sin obtener respuesta; decretaron la muerte de John, el doctor Lynn fue a la sala de espera en donde Yoko se encontraba, ella le preguntó frenéticamente:
- ¿Dónde está mi marido? ¡Quiero estar con mi marido! El querría que yo estuviera con él.
- Tenemos muy malas noticias -le contestó el médico- Desgraciadamente, pese a nuestros grandes esfuerzos, su esposo ha muerto. Al final no ha sufrido.
- ¿Me quiere decir que está durmiendo? - Sollozó Yoko.
Poco después de medianoche estaba de vuelta en el Dakota, sola. Era de madrugada cuando llamó a 3 personas: a Julian (el primer hijo de John), a la tía Mimí y a Paul McCartney.
COMENTARIO DE JAMES STUART:
solo puedo decir que estoy destrozado por lo que acabo de leer, es demasiado triste, la narración es tan buena que la he vivido en persona, por mil años que viva nunca podré entender por qué John tuvo que moriri asi, el maldito bastardo nos privó de verlo envejecer junto a todos los suyos. El maldito bastardo cuyo nombre no debemos de mencionar el día que salga de la prisión de Attica en el Estado de Nueva York, ¡ que lo haga con el cuerpo bien frío y con los pies por delante! ¡ John siempre estaras en nuestros corazones!
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