Algunas veces, la nostalgia por los años que se han ido aparece en el corazón como un hilillo de agua que fluye suave, pero incesantemente, en la memoria. Basta una palabra, el aletazo de un recuerdo, el color azul de una canción, para que el manantial aquel comience a derramarse sobre el alma.
Otras veces, como ocurrió el domingo en el homenaje a John Lennon, la nostalgia se convierte catarata y amenaza con desbordarse. Imagínese usted el teatro Torres Bodet repleto hasta los topes con un público cuya edad promedio andaba alrededor de los cincuenta años: todos atentos a las notas que surgían del escenario, en donde desfilaron quince músicos para entonar las rolas del inolvidable Lennon y The Beatles. Y al fondo, tras el grupo, transcurrían las imágenes de la película El submarino amarillo, sobre una gran pantalla.
Los espectadores y las espectadoras como que querían moverse pero no se movían; como que querían bailar igual que hace 30 o –sabe Dios– 40 años, pero no se animaban. Como que querían gritar, desgañitarse, pero sólo marcaban el ritmo con la planta del pie o con el movimiento acompasado de la mano. Y allá arriba, en el foro, la nostalgia en pleno, a borbotones, escurriendo: el Coco Álvarez, uno de los organizadores, vestido de traje y de corbata celebraba la fiesta que le dio motivo para ancorbatarse; Pierre Chaurand, baterista de la Fachada, dándole duro a la bataca; Memo Dávalos, ex de La Quinta Visión, organizador principal y director de Música de la Secretaría de Cultura, coordinando la sinfonía beatlemaniaca que caía como lluvia sobre el teatro.
Y qué decir del Javis Martín del Campo, incomparable requinto de la Revo, que lleva de bandera su greña larga y los enormes aplausos que se le tributan; Alfredo Sánchez , fino músico y conductor del programa de radio Señales de Humo, que incorporó su aportación al elenco; la joven bluserita Rocío Soleil, que demostró saber las letras de los inmortales de Liverpool; sin faltar el estupendo bajo de Manolo Olivera (Fachada y Spiders), zumbando, zumbando, entre las notas de muchos otros rockeros de corazón tapatío.
¿A cuál de estos jóvenes de antaño se habrá referido la pequeñita que grito a media función: “¡Ahí arriba está mi abuelito!”? Muchos ya son abuelos, otros aspiran a serlo. Pero, cuando los maestros del rasgan en sus liras “Imagine”, “Nowhere man”, I’m losing you” y tantas otras, el pecho se les agitaba como si fueran jovencitos. Esas letras, esas tonadas no son para ellos sólo “música”, sino parte de su vida, de los sueños de su generación: la última que creyó en las utopías.
El 8 de diciembre de 1980, hace 30 años, John Lennon fue asesinado. El homenaje que se tributó, pese a las posibles imperfecciones, dejó en claro que su legado y el de The Beatles sigue vivo, rompiendo paradigmas y recordándonos el gusto necesario de estar vivos.
NOTICIA EXTRAIDA DE:
http://impreso.milenio.com/node/8884645
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