Frustrante e irremediable. Todos querían estar, pero la "fiebre Macca" dejará a muchos afuera de los mayores estadios de la región.
La demanda fue tal que los servicios de venta de entradas, sea en Brasil o en Argentina, colapsaron en pocas horas. Las quejas y lamentaciones por los precios (realmente altos), las dificultades para acceder a las reservas telefónicas y por Internet, las colas interminables, inundaron rápidamente los foros y redes sociales. Pero no hay vuelta. La agenda de McCartney está cerrada.
Los datos de la gira que ya se están manejando, aunque no todos están oficialmente confirmados, bien podrían ingresar a una lista de récords. Para el concierto en Porto Alegre, por ejemplo, se habrían vendido cerca de 56 mil entradas. Las dos funciones en Buenos Aires superan las 90 mil, y en San Pablo se estima una cifra similar.
En cuanto a los precios de las localidades, los números también son históricos. Un botón como muestra: quien estaba dispuesto a sacrificar el bolsillo para estar cerca (muy cerca) de McCartney, en el Monumental de River, tenía la opción del pack Vip Front Row, que costaba 6.750 pesos argentinos (más de 1.700 dólares), e incluía, además de la ubicación privilegiada, el acceso a las pruebas de sonido, personal de guía, merchandising exclusivo, y lo más importante: el contacto directo con el mito viviente.
"Hemos dejado de hacer conciertos porque sólo escuchamos gritos", decía Paul McCartney a fines de los sesenta, en la última entrevista que dieron Los Beatles. Pero la puerta no quedó totalmente cerrada, pese a que Lennon fue tajante: mientras los gritos superen a la música, no habrá más conciertos.
Han pasado más de cuarenta años, y la historia fue por otros rumbos. Las giras de McCartney se han convertido en un negocio millonario -se estima que por cada concierto de esta gira, el ex Beatle cobra más de 3 millones y medio de dólares, lo que está muy por encima de lo que ganan U2 o Madonna-, con entradas siempre agotadas, a lo que hay que sumar las puestas en escena espectaculares y la innegable calidad musical de las extensas performances.
Más datos para sacar cuentas y, de paso, repensar los manidos concepto de masividad, popularidad, éxito, que pueblan los imaginarios de sociedad contemporánea.
Desde el pasado 28 de marzo, con el Up Coming Tour McCartney ya ha recorrido 25 escenarios de Estados Unidos, Canadá, México, Irlanda, Reino Unido, con un equipo de 110 personas, entre músicos y técnicos, a los que hay que sumar los contratos de personal que se hicieron (y se harán) en cada ciudad.
Y en todas las funciones, de tres horas de duración, ha interpretado sets variables con 37 canciones, aproximadamente. Este repertorio ha incluido títulos de su etapa con Los Beatles, los Wings, de todos sus discos como solista, del último trabajo que firmó con el seudónimo The Fireman, Electric arguments (2008), más los homenajes a Lennon y a Harrison. En fin, no dejó prácticamente nada afuera.
Con todo este despliegue técnico, humano, musical, Sir Paul llega ahora hasta las alejadas costas de Sudamérica, para dar cinco conciertos que tienen, innegablemente, cierto sabor a despedida, o al clásico "si no lo veo ahora, no lo veo más". Pese a ello, su actitud sobre el escenario, la inquietud por incursionar en otras expresiones artísticas, denotan algo muy diferente.
NO PARA.
Las reseñas que se han escrito sobre esta gira comprueban que hay McCartney para rato (incluso a pesar de sus detractores). "Está realizando una actuación maratónica: 38 canciones a lo largo de 2:45 horas" (Variety). Del escenario "emana una auténtica simpatía y encanto no forzado" (Hollywood Reporter). "Sigue manteniendo la energía y la agilidad de un joven de 20 años" (College Times, de Phoenix).
La proximidad, o incluso la coincidencia, de estos juicios dice mucho.
Y el propio McCartney se ha encargado de confirmarlo: los equipos de amplificación y los instrumentos lo siguen estimulando de la misma forma que en su juventud o en la época de los Wings. Y en cada experiencia o proyecto, ha dicho en infinidad de entrevistas, descubre nuevas facetas a la labor creativa e interpretativa.
"Correr riesgos", una frase que por tantas repeticiones (muchas de ellas inútiles) ha perdido sentido, sigue teniendo vigencia para su diccionario vital y artístico.
Pese al asedio mediático, y, por consiguiente, las dificultades para preservar la intimidad, sumado a la presión histórica de la marca Beatles, las exigencias empresariales, se las ha ingeniado para no perder la fascinación por el estudio de grabación como herramienta creativa, o dejar que fluya, con sobriedad británica, claro, la adrenalina en un concierto.
Y uno de sus recursos para escapar a la fatídica etiqueta (o factor de presión) "otra canción de Paul", ha sido, desde hace varios años, el nombre, la marca, The Fireman (El bombero), más conectado con su faceta experimental -ya demostrada en la historia musical de Los Beatles- que con el pop, las baladas con estribillos pegadizos y armonías transparentes.
The Fireman es el nombre con el cual ha firmado ya tres ediciones junto al productor Youth (integrante de The Orb y Killing Joke, y colaborador en proyectos de bandas como U2), desde la recordada remezcla dance de la canción Hope of deliverance (composición que integró su álbum Off the ground, de 1993).
El primer trabajo fue Strawberries oceans ships forest, y luego llegaron Rushes en 1998 y, hace casi dos años, Electric arguments.
Este último marcó, además, un cambio en el enfoque creativo: a diferencia de los discos anteriores, que eran exclusivamente instrumentales, aquí McCartney incorporó la voz a los tratamientos electrónicos del sonido, pero en interpretaciones muy diferentes a las que se escuchan en sus otros discos, y su punto de partida tiene, desde el título, un explícito carácter poético-vanguardista. Su inspiración, ha dicho, fue un poema de Allen Ginsberg, del que tomó, precisamente, la expresión "electrics arguments". Y apelando a los recursos desarrollados por la llamada generación beatnik, fue recortando palabras de otros poetas (Ferlinghetti, Burroughs, más de Ginsberg), ensamblándolas, hasta dar con entidades sonoras de gran fuerza rítmica, evocativa, simbólica.
De esta forma, encontró una manera de explotar la libertad en el estudio, en la búsqueda de recursos sonoros, musicales, diferentes a los que han quedado históricamente asociados a su nombre. Una libertad, ha dicho, que descubrió ya en la época en que los Beatles llegaron a un punto muy alto en su creatividad pero con la firma de la Banda del Club de Corazones Solitarios del Sargento Pepper. En ese camino, claro está, queda mucho por descubrir en McCartney.
Un caballero sobre el escenario
La calidez y la emoción en las actuaciones de McCartney durante el Up Coming Tour, han sido una de las notas sobresalientes.En su pasaje por México, en el mes de mayo de este año, la multitud que abarrotó el Foro del Sol (más de 50 mil personas) llegó a enmudecerlo. Las crónicas de este concierto fueron muy elocuentes. El ex Beatle se alejó del micrófono, cruzó los brazos, contuvo la emoción, y dejó que todo el estadio coreara su nombre por un largo rato.
El delirio masivo, después de ese silencio, no hizo más que crecer al impulso de un repertorio que recorrió las canciones de Los Beatles, Wings, sus discos como solista. No había forma de parar la energía del artista, la de su notable banda (Rusty Anderson en guitarra y coros, Brian Ray también en guitarra, bajo y coros, Paul "Wix" Wickens en teclados, guitarra, armónica, coros, y Abe Laboriel Jr. en batería y coros), ni la del público.
Uno de los puntos más altos, según los testimonios dejados en foros internáuticos, ocurrió en el momento que una joven, que enarboló por casi dos horas una pancarta en la que había escrito: "Paul, quiero bailar contigo", fue invitada por McCartney a subir al escenario. El personal de seguridad la condujo hasta el escenario, y, minutos después, la chica logró algo que, seguramente, quedará fijado en su memoria: con la enérgica Get back, bailó con McCartney, quien, mantuvo, pese a los seductores movimientos de su fan, la compostura y la corrección de un caballero británico.
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