"Fue un día muy largo. La pasé sentado ahí. Estaba oscuro, y paró la limusina. John salió de ella, y me miró. Y escuché esa voz: 'hazlo, hazlo, hazlo'. Saqué de mi bolsillo un revólver calibre 38 y le disparé por la espalda? Creí que al matarlo adquiriría su fama". Así habló Mark David Chapman, el asesino de John Lennon, en su primera entrevista concedida a Bárbara Walters (1992).
Hace treinta años, a Lennon le quedaban un mes y cinco días de vida.
En la mañana del 8 de diciembre, había ido a la peluquería; mientras Chapman compraba un ejemplar de " El guardián entre el centeno ", de J.D. Salinger. Escribió en una de sus páginas: "Esta es mi declaración", y firmó: "El guardián entre el centeno".
En la tarde, merodeó frente a la vivienda del artista. John asistió a una sesión fotográfica y a una entrevista, para regresar puntual, a las 10:50 p.m., a su última cita.
¡Pum!, ¡pum!, Yoko Ono pedía auxilio.
Chapman se sentó a esperar a la policía, absorto en el diálogo entre Holden Caulfield, protagonista de " El guardián entre el centeno ", y su hermana Phoebe: "Muchas veces me imagino que hay un montón de niños jugando en un campo de centeno. Miles de niños. Y están solos, quiero decir que no hay nadie mayor vigilándolos. Sólo yo. Estoy al borde de un precipicio y mi trabajo consiste en evitar que los niños caigan en él. En cuanto empiezan a correr sin mirar adónde van, yo salgo de donde esté y los cojo. Eso es lo que me gustaría hacer todo el tiempo. Vigilarlos. Yo sería el guardián entre el centeno".
El 9 de octubre de 1940, cuando nació Lennon, nadie escuchó gritos de dolor de parto. El estruendo de un bombardeo nazi sobre Liverpool lo dejó atado al sosiego del vientre materno, y señaló de por vida su destino como pacifista.
Treinta y dos años después, el gobierno de los Estados Unidos quiso deportarlo por su oposición a Nixon. Pero Watergate se destapó, el presidente dimitió, y Lennon se quedó.
Chapman leía: "Lo que distingue al hombre insensato del sensato es que el primero ansía morir orgullosamente por una causa, mientras que el segundo aspira a vivir humildemente por ella".
Intromisión (Vietnam? Afganistán? Irak?)... Revolución (sexual? ecológica? tecnológica...). Segregación (Ley de Arizona?). ¿Qué hubiera hecho Lennon con un mes y cinco días de vida? ¿Y si hubiera sobrevivido?
Chapman leía: "Sólo he tenido dos peleas en mi vida y las he perdido las dos. La verdad es que de duro no tengo mucho. Si quieren que les diga la verdad, soy pacifista".
Palabras proféticas para un don nadie, que le huye al sol hace treinta años. Sus verdaderos guardianes están de este lado de las rejas: una fila de "pacifistas" que esperan devolverle cinco tiros por la espalda.
¡Vaya manera de interpretar el mensaje de Lennon!
Ni Cauldfield ni Lennon ni Chapman: no hay tal "guardián". No hay quién nos atrape (¡ni siquiera con la dulce seducción de la música!). Como niños, entre el centeno, seguimos corriendo hacia el precipicio.
Hace treinta años, a Lennon le quedaban un mes y cinco días de vida.
En la mañana del 8 de diciembre, había ido a la peluquería; mientras Chapman compraba un ejemplar de " El guardián entre el centeno ", de J.D. Salinger. Escribió en una de sus páginas: "Esta es mi declaración", y firmó: "El guardián entre el centeno".
En la tarde, merodeó frente a la vivienda del artista. John asistió a una sesión fotográfica y a una entrevista, para regresar puntual, a las 10:50 p.m., a su última cita.
¡Pum!, ¡pum!, Yoko Ono pedía auxilio.
Chapman se sentó a esperar a la policía, absorto en el diálogo entre Holden Caulfield, protagonista de " El guardián entre el centeno ", y su hermana Phoebe: "Muchas veces me imagino que hay un montón de niños jugando en un campo de centeno. Miles de niños. Y están solos, quiero decir que no hay nadie mayor vigilándolos. Sólo yo. Estoy al borde de un precipicio y mi trabajo consiste en evitar que los niños caigan en él. En cuanto empiezan a correr sin mirar adónde van, yo salgo de donde esté y los cojo. Eso es lo que me gustaría hacer todo el tiempo. Vigilarlos. Yo sería el guardián entre el centeno".
El 9 de octubre de 1940, cuando nació Lennon, nadie escuchó gritos de dolor de parto. El estruendo de un bombardeo nazi sobre Liverpool lo dejó atado al sosiego del vientre materno, y señaló de por vida su destino como pacifista.
Treinta y dos años después, el gobierno de los Estados Unidos quiso deportarlo por su oposición a Nixon. Pero Watergate se destapó, el presidente dimitió, y Lennon se quedó.
Chapman leía: "Lo que distingue al hombre insensato del sensato es que el primero ansía morir orgullosamente por una causa, mientras que el segundo aspira a vivir humildemente por ella".
Intromisión (Vietnam? Afganistán? Irak?)... Revolución (sexual? ecológica? tecnológica...). Segregación (Ley de Arizona?). ¿Qué hubiera hecho Lennon con un mes y cinco días de vida? ¿Y si hubiera sobrevivido?
Chapman leía: "Sólo he tenido dos peleas en mi vida y las he perdido las dos. La verdad es que de duro no tengo mucho. Si quieren que les diga la verdad, soy pacifista".
Palabras proféticas para un don nadie, que le huye al sol hace treinta años. Sus verdaderos guardianes están de este lado de las rejas: una fila de "pacifistas" que esperan devolverle cinco tiros por la espalda.
¡Vaya manera de interpretar el mensaje de Lennon!
Ni Cauldfield ni Lennon ni Chapman: no hay tal "guardián". No hay quién nos atrape (¡ni siquiera con la dulce seducción de la música!). Como niños, entre el centeno, seguimos corriendo hacia el precipicio.
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