Era una mujer muy natural, “siempre muy bella, con unas manos muy bellas, sin maquillaje, con la simple estructura ósea del rostro”.
Cuando la vio en el club Bag O’Nails, donde ella, que era fotógrafa, estaba con el grupo “The Animals”, fue una “atracción instantánea”.
McCartney, que por entonces ya era una estrella de fama mundial, le dijo: “Me llamo Paul. ¿Y tú?”.
“Seguramente me reconoció”, escribe el músico, que admite que tal vez su entrada fuera un poco cursi, pero marcó el comienzo de una relación que duraría treinta años.
Esa misma noche fueron a otro local, el Speakeasy, donde la emblemática canción de Procol Harum “A whiter shade of pale” -centro de un litigio por los derechos de autor esta semana, que ganó el cantante Gary Brooker-, se convirtió para siempre en el tema favorito de la pareja, según cuenta Sir Paul.
“Linda tenía los pies en la tierra -afirma el músico-. Me enseñó a relajarme. Sus prioridades eran privadas, más que públicas.
No iba a la televisión para quedar bien. Simplemente era muy divertida, muy lista y tenía mucho talento”.
Cuando la conoció, Linda se encontraba en Londres desde su Nueva York natal para realizar un reportaje fotográfico sobre la movida de los sesenta en la capital británica.
McCartney la recuerda como “una verdadera mujer”, frente a las chicas más inmaduras con las que había salido. Tenía ya una hija de cinco años de otro matrimonio y una manera de actuar en la vida que le impresionó.
McCartney también recuerda los últimos días de Linda, cuando “sabía que estaba enferma, pero acababa de hacerse la quimio y su pelo estaba volviendo a crecer”.
“No sabía que se estaba muriendo -revela el músico-.
Ni siquiera sé si jamás lo supo”.
Su familia decidió no decirle toda la verdad sobre el diagnóstico de los médicos, ya que consideraron que ella no hubiera querido saberlo, que “no le haría bien”.
De hecho, Linda estuvo montando a caballo en el rancho de la familia en Arizona (EEUU) la víspera de su muerte, el 17 de abril de 1998.
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