Lo recuerdo todo: compartimos nuestro café matutino, caminamos en el parque juntos en un bello día y vi tu mano estrechando la mía, tomándola, asegurándome que no debía preocuparme por nada porque nuestra vida era buena.
No tenía idea que la vida estaba a punto de enseñarme la lección más dura de todas. Conocí el intenso dolor de perder a alguien amado demasiado pronto, sin advertencia alguna y sin tener tiempo para un abrazo final ni la oportunidad de decir “Te amo” por última vez.
El dolor y el shock de aquella repentina pérdida está conmigo cada momento de cada día. Cuando toqué el lado de la cama de John en la noche del 8 de diciembre de 1980, me di cuenta que todavía estaba tibio. Ese momento me ha perseguido los últimos 27 años, y permanecerá conmigo para siempre.”
No hay comentarios:
Publicar un comentario