Bajo el sol del Puerto de la Cruz pasaron George Harrison, Ringo Starr y Paul McCartney sus últimos días sin flashes ni guardaespaldas. John Lennon eligió Torremolinos y su «jet set»
Años después reconocería su error, pero David Gilbert tuvo arrestos para decirle a Paul McCartney
que su grupo, por entonces aún era solo un grupo, no era el adecuado
para tocar ante su clientela. Apenas bostezaba la década de los sesenta.
La banda en cuestión había publicado recientemente su primer elepé, «Please Please Me»,
pero en el Puerto de la Cruz, en Tenerife (donde pasarían sus últimas
vacaciones como desconocidos), apenas eran tres pálidos británicos entre
tantos otros.
En el barrio hamburgués de Sankt Pauli, localidad pionera
en el Viejo Continente en lo que a clubes y locales de ocio se refiere,
conocieron unos bisoños Beatles al músico y fotógrafo alemán Klaus Voormann.
Al calor de aquella adelantada Sankt Pauli surgió y creció la amistad
entre ellos. Corría 1960 y el padre de Voormann, un eminente médico
también alemán, había adquirido unos terrenos en Los Realejos, municipio
norteño de una Tenerife que empezaba a mostrar sus encantos al mundo.
La grabación de «Please Please Me» resultaría tan estresante que
McCartney no dudó en pedir a Voormann que mediara ante su padre para que
este les prestara la hacienda tinerfeña. El 29 de abril de 1963, Ringo Starr, George Harrison y el propio McCartney aterrizaban en la isla, vía Barcelona y con un día de retraso.
«¿Y John Lennon?», se pregunta retóricamente el historiador Nicolás González Lemus. Pues Lennon fue el único que no viajó: Brian Epstein, mánager del grupo, lo había convencido para que lo acompañara a Torremolinos, lugar casi de culto de la jet set de aquellos años. McCartney y los demás querían, en cambio, un lugar tranquilo, y lo encontraron.
González Lemus, autor de la obra «Los Beatles en Tenerife»,
explica que cuando llegaron a la casa de Los Realejos (que hoy,
remozada, sigue en pie) se encontraron un inmueble aún en construcción, «sin electricidad, sin teléfono y casi sin agua».
Claro que eso era lo de menos, máxime cuando el Puerto de la Cruz ya
había estrenado su recordado Lido San Telmo, de algún modo el origen de
lo que hoy se conoce como Lago Martiánez, que diseñaría César Manrique.
Fue en el Lido San Telmo donde Ringo, George y McCartney pasaron muchas
de las horas de las que serían sus últimas vacaciones en tranquilidad,
sin fanes gritonas, sin flashes, sin guardaespaldas, sin agobios.
Eran
ya conocidos en Gran Bretaña, todavía solo conocidos, pero ni siquiera
eso en la isla. El propio Voormann reconocería en sus memorias que allí
vivieron sus últimos «ratos de libertad, de disfrute sin periodistas».
Hasta el 9 de mayo vivieron el grueso de los Beatles entre
la promesa de chalé de Los Realejos y el descollante municipio portuense
(también hubo visita al Teide, claro). Su estancia fue tan placentera
que incluso quisieron actuar en la parte alta del Lido, donde había un
bar y un pequeño escenario.
Fue entonces cuando David Gilbert, que era
el gerente del establecimiento, les dio las gracias, claro, pero les
advirtió de que lo suyo «no era lo apropiado para sus clientes»,
una opinión en la que tuvieron mucho que ver las melenas británicas de
los tres jóvenes. González Lemus relata cómo Gilbert le diría muchos
años después que nunca supo cuánto llegaría a arrepentirse, si bien tuvo
el «honor» de rechazar a la banda más mundialmente conocida de la
historia.
Del Puerto al cielo
Si de Madrid siempre se va al cielo, en el caso de los Beatles su cielo comenzó en la ciudad turística. El día 11, apenas dos después de dejar Tenerife,
«Please Please Me» alcanzaba el número uno en las listas británicas. La
tranquilidad del Puerto de la Cruz nunca más sería posible: la beatlemanía comenzaba, un torbellino que soplaría en los sueños de juventud de generaciones y generaciones.
Pese a lo que pudiera imaginarse, las referencias a este hecho histórico no abundan. La casa de Los Realejos, hoy la número 11, ni siquiera tiene una placa en su entrada; no hay estatua alguna en el Puerto de la Cruz; y ni en una ni en otra localidad hay calle o plaza que recuerde la visita, algo difícilmente explicable en el caso del municipio portuense, cuyas arcas se nutren fundamentalmente del turismo, y especialmente del británico.
Precisamente por ello impulsó González Lemus una serie de
actividades (conciertos, exposiciones...) en los mismos días en que la
visita de los Beatles cumplía 50 años, entre el 29 de abril y el 9 de
mayo pasados. El historiador forma parte de la directiva del Instituto
de Estudios Hispánicos de Canarias, institución que se ha puesto manos a
la obra para recuperar el pasado Beatle portuense.
El cabildo insular
ya ha aceptado, a propuesta de Lemus, invitar a McCartney para que
regrese a la isla y declararle visitante ilustre. También se ha instado a los dos ayuntamientos a hacer honor a su historia.
Al fin y al cabo, el Puerto de la Cruz, Los Realejos y
Tenerife fueron el antes y el después de los Beatles; el paso de la
persona al mito; el adiós a los sueños y la bienvenida a los gigantescos
escenarios y los desmayos de adolescentes.
fuente:
http://www.abc.es/local-canarias/20130603/abci-beatles-vacaciones-tenerife-201305302217.html
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