El beatle concretó anteanoche, finalmente, su esperada segunda visita al país, con un concierto desmedido que giró en torno a su figura sin igual, Paul McCartney
Paul McCartney hay uno solo. Pero la brutal idea de armar un concierto que atraviese toda su carrera musical parece inabarcable en todo sentido.
¿Qué hacer ante tamaño desafío? Multiplicarse, correr el riesgo de desdoblarse una y otra vez, de llevar a su banda al sonido rockero de vinilo de los años 70 remasterizado de "Nineteen Hundred and Eighty-Five" y acto seguido jugar al señor country con la deliciosa melodía de "I´m Looking Through You"; emocionar hasta que caigan las lágrimas contenidas con un cuadro de delicada estética japonesa para "Blackbird" y contagiar con el espíritu festivo de "Dance Tonight": "Todos van a bailar esta noche, todos se sentirán bien"; de deconstruir el formato canción hasta dejarlo tan pequeño como su voz y una guitarra acústica para interpretar "Yesterday" -con el fino detalle de ofrecer la canción más versionada de la música popular universal en su versión original, tal cual la compuso en su cuarto de Liverpool- y de regalar el estribillo ska de "Mrs Vandebilt" para saltar en el lugar.
McCartney es capaz de explotar por los aires del rock pirotécnico en el momento de "Live and Let Die", apenas segundos después de enmudecer a más de 45.000 personas con el fraseo de "Let It Be", mientras las pantallas gigantes disparan el mismo primer plano de frente inmortalizado en el film que mostró las últimas imágenes de los Beatles juntos en un estudio de grabación, pero con el rostro de Paul ya sin esa barba tupida, ahora con arrugas, a los 68 años, dando fe de que existe, de que es real, de que esas canciones se escribieron ayer nomás, hace tantos años.
Y todo lo demás también
McCartney hace todo eso y más. Saluda, posa una, dos, tres, cuatro veces, agradece en español, se sienta al piano, se cuelga aquella primera guitarra, vuelve a su bajo Hofner y otra vez se sienta detrás del piano, pero ahora uno multicolor, para acompañar las vibraciones positivas de "Hey Jude". All is in your mind . Esto no es un sueño, pero tiene la misma tonalidad. McCartney es todo eso y más.
Del inicio por triplicado de su banda Wings con "Venus and Mars", "Rockshow" y "Jet" a la más de una hora final compuesta exclusivamente -con la excepción del incendiario tema Bond- por temas de los Beatles, McCartney expone cada composición como una obra en sí, con un tratamiento especial acorde con la situación musical, con arreglos entallados a medida.
Cada uno de los temas -cada uno de los McCartney- de este rompecabezas tiene su espacio y su ubicación, aunque si uno se acerca demasiado a la pieza puede que no le encuentre sentido dentro de la imagen completa (como sucede en el quiebre abrupto de "A Day in the Life" que le da paso al marchoso ritmo de "Give Peace a Chance", de John Lennon, que asusta a más de un beatlemaníaco fundamentalista).
Pero sólo es cuestión de volver a enfocar, de escucharlo cantar las otras estrofas con las que decide homenajear explícitamente a su amigo y socio compositivo sin igual -"Here Today", escrita tras el asesinato de Lennon- o adentrarse en la melodía blusera de "I´ve Got a Feeling" o dejarse hipnotizar por las fotografías XXL de George Harrison mientras las cuerdas de un ukelele recuerdan que un tema tan magnífico como "Something" no tiene contraindicaciones ni aquí ni allá ni en ningún lugar, ni antes ni ahora.
¿Cuántos años hace que se escribió una canción tan encantadoramente pop como "All My Loving"? ¿Cuarenta y siete? La esencia del pop inglés se viste con simpleza para dejar al descubierto, casi al desnudo, las secuencias perfectas de acordes de las treinta y seis composiciones interpretadas a lo largo de esta noche.
"¡Beethoven!", le grita un joven apasionado desde la privilegiada y costosa platea VIP -aunque, por cierto, Paul hubiera preferido el grito de su idolatrado Bach- y la comparación/metáfora más allá de risueña es ciento por ciento aplicable si se piensa en el lugar que ocuparán estas pequeñas obras en la historia de la música popular del siglo XX.
McCartney toma el riesgo de multiplicarse con la suficiencia de Paul, sabiendo de antemano que sus composiciones de tres minutos y su voz intacta le ofrecen la seguridad de un buen resultado final. Dos horas y cuarenta y cinco minutos de música, con grandes canciones unidas por un solo cordón umbilical: Paul McCartney, la leyenda viviente más importante de la música moderna.
Mi vida
Así, el show de este Up and Coming Tour 2010 que anteayer y ayer pasó por Buenos Aires se puede comprender también como casi una apuesta al anticoncepto. O a la idea "el concepto soy yo, Paul". Si Roger Waters y Lou Reed, por nombrar dos artistas de su misma edad, giran por estos días inspirados en espectáculos conceptuales en torno a obras específicas, el beatle encuentra en el opuesto su lugar en el mundo del entretenimiento. Todo vale, si viene de su preciado arcón de canciones multifacéticas, destinadas siempre a ensalzar el disfrute de la vida, aquello que el propio McCartney sostiene que aún representan los Beatles.
Porque en el final, cuando haya cerrado una nueva faena de entrega total, tras los matadores bises de seis temas separados en dos segmentos ("Day Tripper", "Lady Madonna", "Get Back" y "Yesterday", "Helter Skelter" y "Sgt. Pepper´s Lonely Hearts Club Band/ "The End") el amor que recibe es igual al amor que da. El ya lo sabía y, muy probablemente, todos los que dijeron presente en esta segunda visita de Paul McCartney a la Argentina, de tanto prestarle atención durante los últimos cincuenta años, lo intuían también.
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