Paul McCartney en River. El miércoles, en su primera noche en Buenos Aires, demostró la vigencia de sus canciones.
Y DESPUES, EL CLIMAX. EN “LIVE AND LET DIE” HUBO FUEGO DE VERDAD, FUEGOS ARTIFICALES, EXPLOSIONES DESDE EL ESCENARIO.
A los 68 años, Paul McCartney sigue siendo un animal de escenario. Lo es desde sus 18, cuando Los Beatles empezaban a forjar su mito en Hamburgo, con conciertos de varias horas de extensión los siete días de la semana.
Lo confirmó con la banda en su apogeo. Siempre quiso volver a tocar en vivo con John Lennon, George Harrison y Ringo Starr antes de la disolución del grupo, y fue el Beatle que más giras hizo como solista. Y, al igual que contemporáneos suyos como Dylan o los Stones, aún siente la necesidad de mostrar su arte en directo con resultados que emocionan y sorprenden. Lo hizo en River, en la noche del miércoles, durante casi tres horas, ante 45 mil personas de todas las edades que le fueron a rendir el culto que merece.
El McCartney cosecha 2010 basa su show en su propia leyenda Beatle (de los 37 temas que interpretó, 22 fueron de los Fabulosos Cuatro de Liverpool), en el disco Band On The Run de Wings (que por estos días se reeditó), en hits ineludibles de su etapa solista (My Love , Live and Let Die), en un par de canciones de su alter ego The Fireman y en su carisma imbatible, con ribetes de comediante británico a la vieja usanza, como Peter Sellers. Para apoyarse tiene una gran banda, que respeta nota por nota los arreglos originales de las canciones, pero que, al mismo tiempo, las tiñe con un nervio de rock garagero : parafraseando a Pappo, son sucios y prolijos.
La puesta en escena, para los estándares de las megaestrellas de rock, es sobria: dos pantallas a los costados enfocando lo que pasa arriba del escenario y una de fondo, con imágenes relacionadas al tema en cuestión.
De eso de trata: de poner al poder de la música por sobre todas las cosas, de escuchar a cinco personas tocar tonadas que, de antemano, se sabe que son demasiado significativas para la audiencia y, encima, verlos divertirse mientras lo hacen. El baile del baterista Abe Laboriel Jr. durante Dance Tonight , o Paul haciéndose el aturdido tras las explosiones de Live and Let Die fueron las pruebas certeras de esto último.
Cada uno de los asistentes tendrá en su memoria o en su cámara su retrato favorito del recital. En algunas, las coincidencias serán unánimes.
All My Loving como primer tema de la andanada Beatle.
Let Me Roll It, y el final con una toma instrumental de Foxy Lady (Hendrix). El scat de su voz al promediar A Long and Winding Road.
Blackbird, y Paul solito con su acústica ante un estadio abrumado por tanta belleza. Las hermosas fotos de Harrison en Something .
Band on the Run, quizás la suite más perfecta que dio el pop.
A Day in the Life, enganchado con el Give Peace a Chance de Lennon. La multitud coreando la coda final de Hey Jude . Cada cual elegirá lo que más le gusta de este listado, o lo completará con su momento preferido personal.
“Hasta la próxima”, se despide Sir Paul, que ya había hecho flamear una bandera argentina, con los tiradores al pecho, y señalado que tenía sueño con el típico gesto de unir sus manos con su mejilla. Con él, como con los Stones o con Dylan, nunca se sabe si habrá otra chance: está tan ligado a nuestras vidas, que ese rato que nos llevó a revivir momentos y experiencias hace que se le perdone lo que puede ser otra mentira piadosa del mundo del rock.
Lo confirmó con la banda en su apogeo. Siempre quiso volver a tocar en vivo con John Lennon, George Harrison y Ringo Starr antes de la disolución del grupo, y fue el Beatle que más giras hizo como solista. Y, al igual que contemporáneos suyos como Dylan o los Stones, aún siente la necesidad de mostrar su arte en directo con resultados que emocionan y sorprenden. Lo hizo en River, en la noche del miércoles, durante casi tres horas, ante 45 mil personas de todas las edades que le fueron a rendir el culto que merece.
El McCartney cosecha 2010 basa su show en su propia leyenda Beatle (de los 37 temas que interpretó, 22 fueron de los Fabulosos Cuatro de Liverpool), en el disco Band On The Run de Wings (que por estos días se reeditó), en hits ineludibles de su etapa solista (My Love , Live and Let Die), en un par de canciones de su alter ego The Fireman y en su carisma imbatible, con ribetes de comediante británico a la vieja usanza, como Peter Sellers. Para apoyarse tiene una gran banda, que respeta nota por nota los arreglos originales de las canciones, pero que, al mismo tiempo, las tiñe con un nervio de rock garagero : parafraseando a Pappo, son sucios y prolijos.
La puesta en escena, para los estándares de las megaestrellas de rock, es sobria: dos pantallas a los costados enfocando lo que pasa arriba del escenario y una de fondo, con imágenes relacionadas al tema en cuestión.
De eso de trata: de poner al poder de la música por sobre todas las cosas, de escuchar a cinco personas tocar tonadas que, de antemano, se sabe que son demasiado significativas para la audiencia y, encima, verlos divertirse mientras lo hacen. El baile del baterista Abe Laboriel Jr. durante Dance Tonight , o Paul haciéndose el aturdido tras las explosiones de Live and Let Die fueron las pruebas certeras de esto último.
Cada uno de los asistentes tendrá en su memoria o en su cámara su retrato favorito del recital. En algunas, las coincidencias serán unánimes.
All My Loving como primer tema de la andanada Beatle.
Let Me Roll It, y el final con una toma instrumental de Foxy Lady (Hendrix). El scat de su voz al promediar A Long and Winding Road.
Blackbird, y Paul solito con su acústica ante un estadio abrumado por tanta belleza. Las hermosas fotos de Harrison en Something .
Band on the Run, quizás la suite más perfecta que dio el pop.
A Day in the Life, enganchado con el Give Peace a Chance de Lennon. La multitud coreando la coda final de Hey Jude . Cada cual elegirá lo que más le gusta de este listado, o lo completará con su momento preferido personal.
“Hasta la próxima”, se despide Sir Paul, que ya había hecho flamear una bandera argentina, con los tiradores al pecho, y señalado que tenía sueño con el típico gesto de unir sus manos con su mejilla. Con él, como con los Stones o con Dylan, nunca se sabe si habrá otra chance: está tan ligado a nuestras vidas, que ese rato que nos llevó a revivir momentos y experiencias hace que se le perdone lo que puede ser otra mentira piadosa del mundo del rock.
Homenaje:
“Escribí esta canción para Linda, pero hoy es para todos los enamorados”. Así presentó “My Love”. Luego fue el turno de Lennon, en “Here Today” (de Tug of War). “Something”, de Harrison, llegó en ukelele. “A Day in the Life” fue enganchado con “Give Peace a Chance” de John.
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