Era cuestión de tiempo: George Harrison iba a convertirse, tarde o temprano, en un personaje de Martin Scorsese. Su vida fue, desde sus diez turbulentos años como guitarrista de los Beatles hasta los peores días de su batalla perdida contra el cáncer, la búsqueda de la paz interior en medio de una era cargada de violencia: el conmovedor esfuerzo de domar el ego de uno de los cuatro cuerpos más célebres del planeta. Harrison alcanzó lo que persiguen, casi siempre en vano, los protagonistas de películas de Scorsese como Toro salvaje, La última tentación de Cristo o El aviador: a pesar de experimentar “más grandes y más rápido” todas las tentaciones que pueden experimentarse, en medio de una fama insoportable que podría haberlo transformado en el rey de una corte de cientos de millones de aduladores, fue capaz de girar a tiempo, con un extraordinario sentido del humor, hacia el camino de la espiritualidad.
Su viaje ejemplar hacia una muerte en armonía tenía que convertirse en este aplaudido documental de Scorsese, George Harrison: Living in the Material World, que acaba de estrenarse en todo el mundo por los canales de televisión asociados a HBO. “El tema nunca ha querido abandonarme desde el principio de mi carrera”, declaró el cineasta cuando la prensa se enteró, a comienzos de 2008, de que estaba trabajando en la película al tiempo que completaba La isla siniestra. “Mientras más se vuelve uno parte del mundo material, mientras más se adentra en sus peligros y sus glorias, aparece con más fuerza todavía la tendencia a buscar la serenidad y se experimenta con mayor frecuencia la necesidad de no ser distraído por los elementos físicos que nos rodean: la estupenda música de Harrison, que sin duda es el resultado de semejante pulso entre lo material y lo inmaterial, ha sido muy importante para mí desde que tengo memoria”.
Harrison murió el jueves 29 de noviembre de 2001 en la ciudad de Los Ángeles. Tenía apenas 58 años. Había terminado, meses atrás, una primera versión del que sería su álbum póstumo: Brainwashed. Había pasado los últimos días de su vida despidiéndose (“con una paz increíble”, diría su compañero Beatle Paul McCartney) de las personas que habían estado a su lado desde el principio. Y estaba completamente hecho a la idea de no llevar a cabo el proyecto que tenía en mente: “Desde 1995, cuando los Beatles terminaron su arduo trabajo en el documental ‘Anthology’, George tuvo en mente la idea de contar lo que vivió después de la separación del grupo– explicó su viuda, Olivia Harrison, a The New York Times–, pero en aquellos días finales tenía claro que no le quedaba ya aliento para hacerlo”. Siete años tendrían que pasar para que el relato volviera a tomar forma.
“Supe que la historia tenía que contarse porque desde el momento en que murió, dos o tres meses después de la cremación, varias productoras me buscaron para proponerme un documental sobre la vida de George, pero yo, que andaba abrumada por el duelo en esos días, me negué desde el principio a entregarle su experiencia en la Tierra a alguien que no la comprendiera –dijo la señora Harrison, que reconoce su admiración por Scorsese. Para ella siempre estuvo claro que él era el director que debía estar al frente de de este proyecto. “Soy una fiel seguidora de su cine, de sus trabajos de ficción a sus documentales sobre la locura del rock, siempre tuve la esperanza de convencerlo”. Y así fue. Scorsese recibió de parte de la familia del músico, en su habitación de paso en un hotel de Boston, un gigantesco archivo de videos caseros, fotografías nunca vistas y grabaciones perdidas de George Harrison. “Y, cuando puse el primer DVD que Olivia me había enviado, la cara del propio George me miraba fijamente entre un campo de tulipanes, y supe por la manera en que ponía sus ojos sobre mí, solos él y yo en una habitación, que la película tendría que hacerse”.
“Tenía claro cómo comenzarla y cómo terminarla– dijo Scorsese a los medios, el día de la premier–, sabía que narrar a mi manera su desenfrenado periodo en los Beatles era fundamental para comprender por qué había tenido que convertirse en la persona de curioso bajo perfil en la que se había convertido . Añadió que todo lo que vino mientras trabajaba en la película, durante la investigación, en las entrevistas con los que lo conocieron a fondo y en la edición al lado de David Tedeschi, “en verdad fue un viaje de descubrimiento”. Quedaba claro, por ejemplo, que Harrison nunca había dejado de ser un gran hijo, que fue desmontando su catolicismo con el paso de los años a favor de una verdadera espiritualidad, que era tan perfeccionista como los demás Beatles, que nunca dejó de ser un mujeriego al que le costaba controlar sus impulsos, que sus excesos con las drogas lo llevaron a bordear el infierno, que adoraba el cine tanto como la música rock, que con los Traveling Wilburys cumplió el sueño de montar una superbanda en broma, que su increíble sentido del humor lo salvaba de la locura, que solo se tomaba en serio a sí mismo como un ejemplo de lo que se puede hacer con la vida.
George Harrison: Living in the Material World, que fue lanzado en DVD al mismo tiempo que fue estrenado en HBO, dura tres horas y veinte minutos que la crítica ha declarado “fascinantes”, “iluminadores”, “envolventes”. En la pantalla, mientras cuentan una historia personal que nunca había sido contada tan a fondo, miran fijamente al espectador amigos de Harrison como Paul McCartney, Ringo Starr, George Martin, Eric Clapton, Tom Petty y Eric Idle. Todos tratan de definirlo: “Siempre se divertía”, “era tan descarado”, “le corría más sangre de la cuenta por las venas”. Y, conducidos por la diestra narración de Martin Scorsese, según dicen las primeras críticas que han aparecido en los medios, los testimonios sobre sus días fabulosos en los Beatles, el descubrimiento de la meditación y su amor por el automovilismo sorprenden más que siempre.
“Porque contamos toda la verdad– dice Scorsese–, la gracia de George Harrison es que nunca consiguió ser un santo, pero logró, con todo en contra, ser un hombre decente: mostrar su batalla interior fue siempre el eje para todos los que estuvimos involucrados en la película”. “Sé que el documental es verdadero porque verlo me obliga a retorcerme en la silla –dice la señora Harrison–, tuvimos claro desde el principio que mostraríamos las dos caras del personaje, aquel sincero desinterés cuando le preguntaban qué tanto le importaba ser recordado, la honestidad brutal que podía convertírsele en agresión, esa pesada voz de la conciencia que le hacía imposible deshacerse del todo de su ego: amé a George, entre muchas otras cosas, porque era un yogui sinvergüenza”.
Esa, diez años después de su muerte, es otra definición que estaba haciendo falta.
Su viaje ejemplar hacia una muerte en armonía tenía que convertirse en este aplaudido documental de Scorsese, George Harrison: Living in the Material World, que acaba de estrenarse en todo el mundo por los canales de televisión asociados a HBO. “El tema nunca ha querido abandonarme desde el principio de mi carrera”, declaró el cineasta cuando la prensa se enteró, a comienzos de 2008, de que estaba trabajando en la película al tiempo que completaba La isla siniestra. “Mientras más se vuelve uno parte del mundo material, mientras más se adentra en sus peligros y sus glorias, aparece con más fuerza todavía la tendencia a buscar la serenidad y se experimenta con mayor frecuencia la necesidad de no ser distraído por los elementos físicos que nos rodean: la estupenda música de Harrison, que sin duda es el resultado de semejante pulso entre lo material y lo inmaterial, ha sido muy importante para mí desde que tengo memoria”.
Harrison murió el jueves 29 de noviembre de 2001 en la ciudad de Los Ángeles. Tenía apenas 58 años. Había terminado, meses atrás, una primera versión del que sería su álbum póstumo: Brainwashed. Había pasado los últimos días de su vida despidiéndose (“con una paz increíble”, diría su compañero Beatle Paul McCartney) de las personas que habían estado a su lado desde el principio. Y estaba completamente hecho a la idea de no llevar a cabo el proyecto que tenía en mente: “Desde 1995, cuando los Beatles terminaron su arduo trabajo en el documental ‘Anthology’, George tuvo en mente la idea de contar lo que vivió después de la separación del grupo– explicó su viuda, Olivia Harrison, a The New York Times–, pero en aquellos días finales tenía claro que no le quedaba ya aliento para hacerlo”. Siete años tendrían que pasar para que el relato volviera a tomar forma.
“Supe que la historia tenía que contarse porque desde el momento en que murió, dos o tres meses después de la cremación, varias productoras me buscaron para proponerme un documental sobre la vida de George, pero yo, que andaba abrumada por el duelo en esos días, me negué desde el principio a entregarle su experiencia en la Tierra a alguien que no la comprendiera –dijo la señora Harrison, que reconoce su admiración por Scorsese. Para ella siempre estuvo claro que él era el director que debía estar al frente de de este proyecto. “Soy una fiel seguidora de su cine, de sus trabajos de ficción a sus documentales sobre la locura del rock, siempre tuve la esperanza de convencerlo”. Y así fue. Scorsese recibió de parte de la familia del músico, en su habitación de paso en un hotel de Boston, un gigantesco archivo de videos caseros, fotografías nunca vistas y grabaciones perdidas de George Harrison. “Y, cuando puse el primer DVD que Olivia me había enviado, la cara del propio George me miraba fijamente entre un campo de tulipanes, y supe por la manera en que ponía sus ojos sobre mí, solos él y yo en una habitación, que la película tendría que hacerse”.
“Tenía claro cómo comenzarla y cómo terminarla– dijo Scorsese a los medios, el día de la premier–, sabía que narrar a mi manera su desenfrenado periodo en los Beatles era fundamental para comprender por qué había tenido que convertirse en la persona de curioso bajo perfil en la que se había convertido . Añadió que todo lo que vino mientras trabajaba en la película, durante la investigación, en las entrevistas con los que lo conocieron a fondo y en la edición al lado de David Tedeschi, “en verdad fue un viaje de descubrimiento”. Quedaba claro, por ejemplo, que Harrison nunca había dejado de ser un gran hijo, que fue desmontando su catolicismo con el paso de los años a favor de una verdadera espiritualidad, que era tan perfeccionista como los demás Beatles, que nunca dejó de ser un mujeriego al que le costaba controlar sus impulsos, que sus excesos con las drogas lo llevaron a bordear el infierno, que adoraba el cine tanto como la música rock, que con los Traveling Wilburys cumplió el sueño de montar una superbanda en broma, que su increíble sentido del humor lo salvaba de la locura, que solo se tomaba en serio a sí mismo como un ejemplo de lo que se puede hacer con la vida.
George Harrison: Living in the Material World, que fue lanzado en DVD al mismo tiempo que fue estrenado en HBO, dura tres horas y veinte minutos que la crítica ha declarado “fascinantes”, “iluminadores”, “envolventes”. En la pantalla, mientras cuentan una historia personal que nunca había sido contada tan a fondo, miran fijamente al espectador amigos de Harrison como Paul McCartney, Ringo Starr, George Martin, Eric Clapton, Tom Petty y Eric Idle. Todos tratan de definirlo: “Siempre se divertía”, “era tan descarado”, “le corría más sangre de la cuenta por las venas”. Y, conducidos por la diestra narración de Martin Scorsese, según dicen las primeras críticas que han aparecido en los medios, los testimonios sobre sus días fabulosos en los Beatles, el descubrimiento de la meditación y su amor por el automovilismo sorprenden más que siempre.
“Porque contamos toda la verdad– dice Scorsese–, la gracia de George Harrison es que nunca consiguió ser un santo, pero logró, con todo en contra, ser un hombre decente: mostrar su batalla interior fue siempre el eje para todos los que estuvimos involucrados en la película”. “Sé que el documental es verdadero porque verlo me obliga a retorcerme en la silla –dice la señora Harrison–, tuvimos claro desde el principio que mostraríamos las dos caras del personaje, aquel sincero desinterés cuando le preguntaban qué tanto le importaba ser recordado, la honestidad brutal que podía convertírsele en agresión, esa pesada voz de la conciencia que le hacía imposible deshacerse del todo de su ego: amé a George, entre muchas otras cosas, porque era un yogui sinvergüenza”.
Esa, diez años después de su muerte, es otra definición que estaba haciendo falta.
fuente:
http://www.semana.com/cultura/espiritu-george-harrison/165849-3.aspx
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